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La importancia del autor secundario

La importancia del autor secundario

Noviembre Teatro lleva, con Eduardo Vasco al frente, muchos años mirando hacia el Siglo de Oro, ya sea a través de la mirada de nuestros autores o la del gran referente de la escena universal que es William Shakespeare. Era de justicia, por tanto, que contaran, como se ha hecho en esta producción de «Entre bobos anda el juego», con el respaldo de la Compañía Nacional de Teatro Clásico -que el propio Vasco dirigió-. Y más si, como es el caso, sigue el sendero de «modernización» -palabra siempre peligrosa- y «actualización» del citado repertorio, algo absolutamente necesario hoy en día.
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«Entre bobos anda el juego» es una «comedia de figurón» estrenada en 1645 en Madrid. No se quedó, como tantas otras, en el olvido, sino que se ha representado de manera continuada hasta nuestros días. Con el eje del personaje de don Lucas de Cigarral, el «figurón», cuenta una historia de amores, matrimonios de conveniencia y, sobre todo, malentendidos. Hay en esta obra, como señala el propio Vasco, momentos líricos que se hilan con escenas propias de vodevil de una manera natural.
También es Vasco quien señala que solo teniendo a Rojas Zorrilla los españoles podríamos sentirnos muy orgullosos de nuestro teatro áureo, pero claro, sus «compañeros de pupitre» son nada menos que Lope de Vega y Calderón de la Barca, lo que explica su «empequeñecimiento»; lo que no quiere decir que sea un autor menor, simplemente que está en desigualdad de condiciones con los monstruos antes citados.


Y «Entre bobos anda el juego» muestra su gran talento como autor. Es una comedia delirantemente divertida, con personajes que, a pesar de su perfil caricaturesco, muestran carne y hueso. La versión de Yolanda Pallín la ha liberado del polvo que pudiera tener, y con ella ha compuesto Eduardo Vasco un espectáculo lleno de frescura, coñón, desenfadado y afortunadamente desacomplejado, que provoca con ingenio las risas constantes del público (entre el que había mucho joven estudiante). Le ayuda a ello (además de la hábil escenografía de Carolina González y el deslumbrante vestuario de Lorenzo Caprile) un reparto perfectamente afinado, en el que destacan especialmente la sabiduría y aplomo del siempre admirable Arturo Querejeta y la capacidad de comunicación y gracia de José Ramón Iglesias.

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