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Tras el cierre de fronteras, Grecia no quiere ser un "depósito de almas"

El cierre de la frontera de Macedonia para ciudadanos que no son considerados de antemano como refugiados ha supuesto un golpe adicional para Grecia que, en palabras del primer ministro, Alexis Tsipras, amenaza con convertirse ahora en un "depósito de almas".
La semana pasada y tras días de tensiones en la frontera con Macedonia, la Policía griega trasladó en autobuses a unas 2.500 personas consideradas como "migrantes económicos" que se habían agolpado ante la nueva valla erigida por el Gobierno de Skopje para impedir la entrada de todo ciudadano que no proceda de Siria, Afganistán o Irak. 
La mayoría ni siquiera llegó a pisar alguno de los tres centros de acogida dispuestos en Atenas.

Son pocos los que quieren solicitar asilo en Grecia, donde apenas ven posibilidades de forjarse un futuro habida cuenta de las dificultades económicas que padece este país.
Farad, Ahmed, Mass y Nasser son ejemplo de una generación de jóvenes iraníes cultos que no quieren seguir aguantando la represión en su país.
Junto a varias decenas de compatriotas esperan en la céntrica plaza ateniense de Omonia a que un traficante les lleve nuevamente hacia la frontera con la Antigua República Yugoslava de Macedonia para volver a intentar su éxodo hacia el norte de Europa, esta vez a través de la frontera verde y previo pago de 2.000 euros por cabeza. 
El cierre de la frontera ha caído como maná del cielo para las redes de traficantes, que hasta ahora tan "solo" cobraban unos 500 euros por persona para el corto recorrido marítimo que separa Turquía de las islas griegas, un calvario que han vivido ya más de 790.000 refugiados en lo que va de año.
Nasser, actor de 23 años, cuenta a Efe que la opinión pública internacional tiene una imagen muy equivocada sobre la situación en Irán, un país donde, dice, ha cambiado el Gobierno pero no por ello hay menos represión.
"El Gobierno iraní pretende hacer ver que todo va bien y que hay libertad, y nadie entiende fuera por qué escapamos de nuestro país. Nos preguntan: ¿Por qué os vais si no hay guerra? Pero lo que tenemos nosotros no es un conflicto exterior, sino interior", relata.
Él decidió marcharse porque el régimen le prohibió ejercer su profesión durante dos años, solo porque en una obra de teatro que estaba representando había un diálogo que aludía a los cristianos y hablaba de Jesucristo.
"Soy cristiano. Nosotros no tenemos un edificio en el que podamos profesar nuestra fe. Tenemos que practicarla en casa. Esa es la razón por la que abandoné mi país", explica.
Entre los amigos que han huido junto a él está Arman Atashkar, pianista y cantautor al que también le han prohibido ejercer por sus críticas letras.
En una improvisada actuación en esta céntrica plaza, Arman nos ofrece unos de sus títulos, dedicado a la libertad.
La canción se apodera de todos los que le rodeamos, también de los que no entendemos la letra, y sus amigos, cogidos por los hombros, se funden en una sola unidad.
Estas son las letras que en Irán llevan a uno a la cárcel o al menos a que no puedas ejercer tu profesión, explica Mass, una joven profesora de inglés que forma parte del grupo y se ofrece a hacer de intérprete.
Todos quieren llegar hasta Austria, Alemania o el Reino Unido. Algunos tienen familias allí, si bien su sueño real sería viajar a Estados Unidos o Canadá.
Nasser tiene otro sueño. "Si pudiera elegir libremente un país donde poder ir, elegiría Irán", dice.
A pocos metros de este grupo una decena de marroquíes intenta matar las horas esperando a que algo suceda para que puedan emprender de nuevo su camino.
Forman parte de los que tuvieron que volver de la frontera macedonia y aunque por su aspecto se asemejan al grupo de iraníes -también son jóvenes vestidos a la moda y en su mayoría hombres- su motivación para dar la vuelta a toda la Cuenca del Mediterráneo es completamente distinta, y evidentemente económica.
Reconocen que no sufren persecución política pero lamentan que su su país no puede ofrecerles ningún futuro que no sea estar en el paro.
La larga travesía por media Europa, el hecho de no tener recursos para pagar a un traficante -los 50 euros hasta la frontera ya son mucho- y tener que dormir en la calle no borra la sonrisa de sus rostros y la ilusión de poder empezar una nueva vida en algún sitio del norte de Europa.
Mientras hablamos con ellos sobre sus sueños, una mujer griega se acerca con una bolsa de pan y bocadillos.
"Para que podáis comer algo", dice y se marcha discretamente.