Como en los mejores dÃas de las quemas de herejes en la inquisición, un pastor neonazi afiliado al uribismo saltó a la tarima en la patética marcha del sábado 2 de abril, que será recordada en Cartagena como un desfile de gentes sin control, y profirió condenas al infierno contra "los Castro", contra Hugo Chávez y Nicolás Maduro.
Desde abajo frente a la tarima, unos sujetos lucÃan en sus camisetas un "NO a la restitución de tierras", como buenos representantes de "los úsuga", una banda de asesinos uribistas que atendieron la orientación de su mentor, demostrando quienes son los verdaderos enemigos del pueblo de Cartagena y BolÃvar, uno de los departamentos más humillados por el desplazamiento y la pobreza.
Era tal el entusiasmo del uribismo con su pastor que algunos le vaticinaron una exitosa candidatura a la alcaldÃa de Cartagena para futuros debates electorales.
La marcha del 2 de abril en Cartagena no podÃa ser un retrato viviente más fiel de la ciudad que hoy está en poder de la corrupción administrativa, de los polÃticos que carecen de propuestas diferentes a las de sus empresas de compra y venta de votos, de la dramática desorientación en que se debaten pobladores de barrios donde la delincuencia común, el robo, el fleteo y la prostitución infantil, constituyen la única oportunidad que el capitalismo y el neoliberalismo les han dejado como alternativa.
Un billete de 20 mil pesos y un refrigerio, fue la recompensa para los que lograban estirar la mano, entre las señoras de bien que esa mañana decidieron salir a la calle a luchar contra el "castrochavismo", el nuevo término acuñado por la derecha, para tratar de infundir miedo a los nuevos tiempos que corren sobre Latinoamérica, mientras eso ocurrÃa el pastor neonazi alzaba los brazos al cielo y pedÃa que pronunciaran la palabra "amén"-
A eso se redujo la marcha de los aventajados discÃpulos de Uribe en Cartagena, uno que otro exalcalde, damas con sombreros y gafas oscuras, militares en retiro, sirvientes y mandaderos de los barrios excluyentes.
VÃctimas de la Ley 100 que acabó con el Hospital Universitario de Cartagena y con los últimos vestigios de la salud pública, también se hicieron fotografiar con sus verdugos y desde luego, con su pastor evangélico de cabecera, un episodio que será recordado como la apoteosis del ridÃculo más estremecedor de los últimos tiempos.