Activismo Feminista Digital realizó una campaña para romper con el concepto de amor romántico y destacar que si la violencia pasa en lo digital, también es real. Hablamos con su creadora sobre las relaciones tóxicas y cómo asesorarse para denunciar un machista acosador

Desde que somos pequeñas idealizamos al príncipe azul con la misma fuerza que los cuentos de hadas y las películas infantiles nos recalcan que ese es el único tipo de amor idílico.
La industria cultural nos inculca que si amar es algo difícil, es porque vale la pena. Que si él insiste pese a tus constantes negativas, es porque ese hombre te quiere en serio. Que si el chico de jardín resalta tus defectos, en realidad es porque gusta de vos. Poco a poco, paso a paso, nos vamos transformando en naranjas incompletas que buscan ser saciadas bajo los preceptos de la posesión, los celos y el sometimiento.
Por eso, en el mes de San Valentín, la Fundación Activismo Feminista Digital se propuso derrocar el concepto del amor obsesivo para dejar en claro que acosar y hostigar, no es estar enamorado, por más lógico que eso pueda sonar.
“Queríamos contrarrestar el bombardeo marketinero que caracteriza a este mes y poner de resalto la violencia que se esconde detrás del amor romántico, desmitificando el romance machista”, comienza explicando Eugenia Orbea, secretaria de la fundación y la cabeza que estuvo detrás de esta idea.
Así, con un video que recopila diferentes capturas reales de WhatsApp, se propone resaltar que la violencia no es solo física y que, a través de las redes sociales, se siguen perpetuando maneras de “amar” que no dejan de ser violentas, pese a que exista una pantalla de por medio.
“Este tipo de violencia todavía no es tan evidente, por eso lo crucial era llegar a quienes reciben estos mensajes, que se sientan identificadas y logren consciencia del nivel de lesividad que este tipo de amor tiene”, explica. Y continúa: “Que vean sus relaciones en un espejo y con suerte logren ponerle límite a los círculos de violencia en los que se hallan inmersas”.

Para Eugenia, realizar esto, también fue mirarse al espejo: algunas de las conversaciones incluidas en el video son de ella: “En aquel momento no era consciente de que muchas representaban un nivel de violencia y manipulación inusitadas, aunque sí tenía claro que me incomodaban e incluso me avergonzaban a tal punto que las reservé para mí durante años… Reconocerme como víctima fue demasiado difícil”, admite. Como las de Orbea, todas las capturas tienen algo en común: están lejos de ser amor sano.

Pero, primero: ¿qué es el amor? ¿Qué hay detrás del famoso “amor romántico”?
“Si te quiere te hará llorar”
Para dejar de amar mal hay que empezar a deconstruir nuestra manera de relacionarnos amorosamente. Eugenia Orbea creó estos videos con la idea clara de que amar es otra cosa.

Sin embargo, la pregunta “¿Qué es el amor?” sigue surgiendo a diario en el mundo. Esa respuesta se irá entretejiendo en conjunto con la cultura, las generaciones anteriores, las amistades, la religión, las películas y los libros.
Orbea es clara con esto: Disney ha jugado un papel primordial en la construcción del amor romántico. Con las figuras de la princesa y el príncipe, se han declarado roles de uno u otro género que deben ser saciados a lo largo de nuestra vida.
Orbea es clara con esto: Disney ha jugado un papel primordial en la construcción del amor romántico. Con las figuras de la princesa y el príncipe, se han declarado roles de uno u otro género que deben ser saciados a lo largo de nuestra vida.
Una de las historias más conocidas y más aplaudidas de nuestra infancia es la del príncipe besando a su amada sin su consentimiento, mientras duerme. Por más sutil que este dibujo infantil parezca, se van configurando y naturalizando ciertos comportamientos que son tóxicos y violentos.
Así, ser princesas es tener “como única misión de vida, esperar ser rescatadas de la monotonía”, explica Orbea. Ellos son nuestra salvación y, si no los tenemos, la vida puede tornarse extremadamente aburrida.

Lo que conocemos como amor romántico no es otra cosa que, para Eugenia, la “deformación del mismo amor”. Detrás de esta manera de amar deformada existen dos pilares implícitos, según la profesional: el capitalismo (“si lo amo me pertenece”) y lo heteropatriarcal (“yo indefensa, vos salvador; yo tierna, vos dominador”).

La secretaria de la Fundación reconoce que hemos recibido un adoctrinamiento por parte de la “cultura de la tolerancia y el sufrimiento”. La dificultad y los tropiezos son pruebas que se nos imponen para amar mejor: si amar es tan difícil es porque vale la pena. Si las cosas cuestan es porque gustan más. Si sufrir es el medio para llegar al fin absoluto que es la vida en pareja, es porque algo estamos haciendo bien. Mientras, en el camino, se ponen en juego la psiquis y, muchas veces, la propia vida.

De este modo, si el amor es como un objeto que se adquiere de una vez y para siempre, alcanzarlo debe doler como duele cualquier otro esfuerzo en la vida, si se quiere una recompensa. Para Orbea, vamos heredando, de acuerdo con estos conceptos, una concepción del amor errónea: “El mito de la media naranja, por el cual no estamos completas hasta conseguir pareja, el del emparejamiento como objetivo de vida, los celos como demostración de afecto, el de la pasión eterna, el amor como que todo lo vence, el si te quiere bien te hará llorar”, enumera.

En aquel juego de amar y ser amados, las mujeres tienen un claro papel. Románticas empedernidas y sensibles -así la sociedad las categorizó-, son ellas las que deben ocupar el lugar de sumisión. Así, el amor deja de ser una palabra inocente y naif para pasar a ser “la herramienta utilitaria para subordinarnos a las mujeres en todos los sentidos. Es el germen de la violencia de género”, explica Orbea.

En el camino del “sufrimiento placentero” se van desdibujando las diferentes caras de la violencia. El acoso, quizá uno de los más invisibles, se respalda en el amor para seguir perpetuando su más terrible faceta: “No interpretamos al acoso como tal, lo que es algo muy difícil. Y si existe una amenaza explícita, igualmente se justifican porque vienen camufladas bajo la apariencia de un arranque de nervios: es parte del dolor”.

En el amor como pertenencia no hay espacio para la libertad. Y cuando la libertad se corrompe, no existe lugar para otros pilares que se corresponden, más bien, a una relación sana. Estos son, según Orbea: “La igualdad, la horizontalidad, el respeto y el compañerismo”.
Si pasa en lo digital, también es real
Creemos que el único tipo de violencia perpetuada es la física porque es la más visible. Sin embargo, es el último eslabón manifiesto de una serie de conductas que se van gestando desde antes.

Y si el golpe es la violencia que más vemos, creemos que las redes sociales están exentas de este tipo de conductas simplemente porque el peligro “inminente” de la violencia física se encuentra resguardado. Sin embargo, por más que medie una pantalla, no estamos a salvo.
“La violencia psicológica no es sencilla de detectar, porque esas agresiones son naturalizadas con mayor rapidez: no dejan marcas en la piel, pero sí en la personalidad”, explica Orbea. Y continúa: “La manipulación, el aislamiento, la baja autoestima, el acotamiento de la libertad, los diagnósticos falsos de ‘sos una inútil, ‘¿así vas a salir vestida?’, ‘mirá lo gorda que estás’ son algunos ejemplos que se terminan guardando en la intimidad”.

Eugenia Orbea cita al Departamento de Psicología de la Fundación para hablar de la violencia invisible. Desde allí, Lucía Mantecón Rodriguez entiende que esta es “como una planta: basta con sembrar una semilla tóxica y regarla con maltratos para que pronto emerjan raíces en nuestro ser que nos conducen a creer que realmente somos lo que ese otro nos dice”.

Pese a que socialmente se crea que todo lo que sucede en las redes sociales es falso y carente de sentido, las tecnologías se han convertido en nuestra vía para forjar vínculos. Orbea lo llama “la nueva socialización en la red”: “Coordinamos encuentros con amigues a través de mensajes, pactamos reuniones de trabajo por mail, descargamos música, leemos diarios, establecemos vínculos, publicamos nuestras declaraciones de amor”, detalla.
Y si la violencia psicológica ha existido desde siempre, para Orbea se ha exacerbado con la tecnología: “No hay que diferenciar lo que ocurre online de lo offline, sino que, por el contrario, es necesario concebir ambas como un todo: lo que sucede en el plano online repercute en el offline, pero subestimar este tipo de violencia (digital) puede acarrear como consecuencia un aumento de la agresión adoptando otras modalidades”.

La violencia digital, como otras violencias, es imparable: “Al estar conectados las 24 horas del día, la víctima no encuentra un momento de descanso ni siquiera estando en la intimidad del hogar. La conectividad 24/7 facilita un control absoluto y continuo de la totalidad de los movimientos de la pareja sin tener que estar físicamente presente”, cuenta.

Un simple like, un comentario en una red social de poco agrado para la pareja, una imagen que excede “lo permitido”, no contestar los mensajes rápidamente con la “última conexión” de WhatsApp disponible pueden desencadenar el peor tipo de violencia.

“En un estadío más severo, nos encontramos con la exigencia de las contraseñas, la eliminación de ciertos contactos, el solicitar la geolocalización de la pareja, instalar ‘malware’ para permitir el dominio de los dispositivos, difundir material íntimo y la usurpación de la identidad”, enumera Eugenia. “Son todo parte de la violencia de género digital: no solo controlan y limitan nuestra vida virtual sino que tienen efectos destructivos por fuera de ella”.

Si la violencia digital es la más invisible, ¿cómo se denuncia?
El primer paso es detectar e identificar que se está recibiendo este tipo de violencia. Eugenia Orbea cree que existen ciertas “señales de alarma” que nos indican que estamos atravesando por esta situación. Pero, antes, hay que atender a nuestros sentimientos: si hay algo que te incomoda y no sabés cómo definirlo, lo ideal es recurrir a tu red de contención.
“Algunas señales son la frecuencia de mensajes o llamados, el contacto a cualquier hora del día y el comentario que desliza sutilmente que estamos siendo observadas aunque no llega a ser una amenaza”, detalla.

Luego, introducir esta denuncia en el mundo judicial puede ser sumamente difícil. Desde Fundación Activismo Feminista Digital lo saben y por eso trabajan todos los días para asesorar a mujeres de distintos puntos del país:
“Tenemos protocolos de actuación que difieren según el motivo. Nos ponemos a disposición de ella para el consejo de uso consciente y responsable de sus redes y le brindamos asesoramiento legal primario, psicólogico y técnico en caso de que manifiesta interés en realizar la denuncia”, explica, sobre su trabajo.
Eugenia encontró en otras la manera de aliviar la carga. “Compartir lo que me pasaba fue crucial porque me permitió reconocer e identificar pautas de alarma”, cuenta. “Y, también, quitarme la vergüenza de algo que no era mi responsabilidad”.

Hoy utiliza las mismas redes que en algún momento le generaron incomodidad para concientizar: “Así como las redes se han convertido en potentes herramientas de la violencia machista en Internet, también son recursos para la educación y prevención con difusión masiva. Estamos convencidas que el ciberactivismo y la acción en red cooperarán al cambio sociocultural”.
Sin querer queriendo, hoy le habla a las otras Eugenias para que se miren en espejo y descubran, en las maneras de relacionarse, este tipo de violencia. Fundación Activismo Feminista Digital las estará esperando para acompañarlas y conformar, juntas, otra red, pero esta vez, de contención.
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