Columnista: Javier GarcÃa Salcedo
El 21 de abril de 2002 tuvo lugar un suceso polÃtico que sacudió las entrañas de Francia: Jean-Marie Le Pen, candidato del partido de ultraderecha Frente Nacional, habÃa obtenido los votos suficientes para enfrentar en la segunda vuelta de la elección presidencial a Jacques Chirac, el candidato-presidente del partido de derecha Agrupación Para la República (RPR, por su sigla en francés). Con una ventaja de unos 200.000 sufragios, Le Pen habÃa logrado desbancar al entonces primer ministro Lionel Jospin, representante del poderoso—aunque aporreado—Partido Socialista. Era una realidad: Francia irÃa a segunda vuelta con un racista en el tarjetón.
Los comicios tendrÃan lugar dos semanas después de la primera vuelta, el 5 de mayo. Recuerdo las conversaciones que se dieron en este interludio entre mis compañeros de facultad, asà como las que sostenÃan sus padres y madres con sus allegados durante las cenas a las que asistÃ. Recuerdo la destemplanza general, la persistente frunción de los ceños. Muchos de mis conocidos, socialistas o anarquistas de vieja data o de recién cuño, oscilaban entre la ponderación de las causas de la debacle y el profundo disgusto que les causaba votar por Chirac, un presidente muy impopular a la izquierda por su frustrada reforma pensional y sus polÃticas de austeridad. C’est moche, se lamentaban. No estaban en el error: la cosa era fea, y más feo aún era el hecho de que fuera necesario votar por Chirac.
Llegado el 5 de mayo, Chirac venció a Le Pen con un apabullante 82.81% de los más de 32 millones de votos emitidos.
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Para mà es difÃcil sentir mucha empatÃa por gente como Coronell, Samper Ospina, Fajardo, Goebertus o De La Calle, gente que a pesar de su sólida instrucción no exhibió en 2018 la claridad de miras que mis compañeros adolescentes de universidad, y en general la sociedad francesa, demostraron ese 5 de mayo. Pero el que aún hoy dÃa estas personas persistan en su opinión de que apoyar el voto en blanco en 2018 fue una buena idea, o una idea defendible o inocua, pese a la evidencia acumulada después de dos años y medio de gobierno Duque—dos años y medio en los que hemos sido testigos del recrudecimiento de la violencia polÃtica, del saboteo sistemático del proceso de paz, de la cooptación irresistible por parte del Centro Democrático (CD) de las instituciones del estado colombiano y de la prensa, y de la lastimera incapacidad y mediocridad de nuestro gobernante—, me parece algo desconcertante y, con toda franqueza, insultante para sus propias inteligencias.
Desconozco las motivaciones detrás de este empecinamiento. Pero lo que sà conozco son los argumentos que Coronell, Samper Ospina, y en general los blanquistas han esgrimido para intentar justificar esta burda equivocación. Les invito a abrir el año 2021 evaluando las virtudes de tales argumentos, suponiendo que exista alguna.
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“Ni Uribe ni Petro me representan”
Éste fue el mantra de Coronell, Samper Ospina, Goebertus y Fajardo al darse a conocer los resultados de la primera vuelta presidencial, y con el cual estos personajes buscaron justificar su decisión de votar en blanco. En una entrada más oportuna (vea aquÃ) comenté esta lÃnea de argumento, de mala factura y algo pueril, asà que no me repetiré.
2. “Nadie lo puede obligar a uno a votar por alguien que no quiere”
Este “argumento” se lo he leÃdo a Daniel Samper Ospina en Twitter. La verdad, no sé muy bien qué pensar de él. Por supuesto que nadie debe obligar a nadie a votar por algo o alguien que no quiere, pero eso no significa que no tengamos obligaciones polÃticas que no necesariamente coinciden con nuestros deseos, ni que estemos eximidos de responsabilidad por nuestras malas decisiones polÃticas. Lo que se les achaca a los blanquistas no es que no quisieran votar por Petro, sino que su querer (o quizá ‘inquerer’) tuviera más peso que su deber en el apremiante contexto de la segunda vuelta de 2018. Mis compañeros y compañeras comunistas en 2002 no deseaban en absoluto votar por Chirac, pero entendieron muy bien que en esas determinadas circunstancias su deseo pasaba a un segundÃsimo lugar, y que lo que era imperativo era bloquear el acceso a Le Pen al poder ejecutivo. Quizá no le caerÃa mal a Samper Ospina y a los demás blanquistas revisar sus prioridades.
(Dicho sea de paso, es precisamente porque el voto es libre que la crÃtica que recibe Samper Ospina por su voto en blanco es a lugar. Si su voto hubiera sido coaccionado, nadie podrÃa justificadamente culparlo por su decisión electoral.)
“Petro y Uribe son lo mismo”, y sus variantes
Ésta es una falsa equivalencia muy común en redes. Pero no, Petro y Uribe no son ni de lejos comparables. Basta con revisar el prontuario de los gobiernos del uno y del otro para darse cuenta de ello. Bajo el gobierno de Uribe tuvieron lugar los falsos positivos, la yidispolÃtica, la parapolÃtica, la persecución de opositores y periodistas, entre otras muchas violaciones al ordenamiento legal de Colombia. Nada comparable sucedió mientras Petro fue alcalde de Bogotá. Me dirán que los cargos que ostentaban tienen prerrogativas diferentes, lo cual es verdad, pero ni siquiera guardando las proporciones podremos sostener seriamente una similitud entre ambos. Petro fue durante su mandato en Bogotá un paria polÃtico; Uribe, en cambio, un perseguidor.
“No me gusta la personalidad de Petro”
A mà tampoco me gustan ciertos aspectos de la personalidad de Petro, pero eso es irrelevante a la hora de decantarse entre un proyecto polÃtico como el de la Colombia Humana o como el del Centro Democrático. La personalidad de Duque (o ausencia de la misma) quizá es más amable que la de Petro, pero después de 2 años y medio ya sabemos lo que puede hacer (o dejar de hacer) alguien con “buena personalidad”. Uribe tiene un carisma arrollador. Eso no lo hace un buen presidente.
“Si Petro hubiera ganado las elecciones en 2018, hubiera hecho de Colombia una segunda Venezuela”, y sus variantes
Supongamos por un momento que Petro deseaba hacer algo parecido a lo que hizo Chávez en Venezuela, y preguntémonos: ¿hubiera tenido la capacidad de hacerlo? Para implementar un régimen análogo al venezolano en Colombia, Petro tendrÃa que contar con el apoyo de las FFMM, o de una gran mayorÃa de la población, o del Congreso. Nada de esto es el caso. Su pasado guerrillero lo hace muy antipático a ojos de las FFMM, que siempre se han caracterizado por ser una de las fuerzas más reaccionarias del paÃs. Por otro lado, dado el deplorable arraigo del que goza el uribismo en gran parte de nuestra sociedad, asà como el conservatismo soterrado que prevalece incluso en sectores que se auto-denominan de centro-izquierda, es ridÃculo pensar que una proporción amplia de la ciudadanÃa habrÃa estado dispuesta a apoyar una eventual aventura autocrática de Petro. Por último, en lo que concierne al Congreso, basta con mirar los escaños que ostenta la izquierda para darse cuenta de que un proyecto autocrático de Petro no hubiera tenido ningún chance de prosperar (no podrÃamos decir lo mismo si consideráramos proyectos autocráticos, pero esta vez de derecha). No es sólo una cuestión numérica; dudo muchos que representantes como Iván Cepeda o Aida Avella se prestarÃan para semejante despropósito.
“De todos modos Petro no hubiera ganado”, y sus variantes
Este argumento contrafáctico, muy popular (se lo he leÃdo a Coronell y a Samper Ospina, por ejemplo), es debatible por varias razones. La primera es que no sabemos realmente qué impacto hubiera tenido sobre los votantes que se abstuvieron o que votaron en blanco en segunda vuelta el que figuras de centro como Fajardo o Goebertus hubieran respaldado la candidatura de Petro. Véanlo de esta manera: si Petro logró doblar su votación pese al rechazo de estas importantes figuras del centro, quizá con su apoyo hubiera podido alcanzar una mejor votación. Quizá muchos fajardistas que votaron por Duque en segunda vuelta (los tiene que haber, porque sólo con los votos que le sumaron Cambio Radical y el Partido Liberal Duque no hubiera alcanzado la votación que obtuvo en la segunda vuelta), hubieran reconsiderado su elección. Quizá una coalición galvanizada alrededor de Petro hubiera incitado a muchos apáticos polÃticos a favorecer con su voto un bloque de centro-izquierda…. o quizá no. Todo esto es de orden especulativo, pero mi punto es que el ejercicio de razonar post-facto y realizar sencillas sumas y restas no es suficiente para proveernos de una certidumbre acerca de la imperturbabilidad del resultado final, como quieren los blanquistas.
Ahora bien, la cosa luce muy diferente si miramos este argumento desde una perspectiva más filosófica. Pues existen circunstancias en las cuales los razonamientos puramente utilitarios como éste no son apropiados para tomar una decisión. A veces tenemos la obligación de hacer algo sin importar las consecuencias. No pensamos que las personas deben ser honestas sólo cuando serlo les es favorable. Análogamente, impedir el arribo a la presidencia de un partido que representa lo más pútrido de nuestra nación era uno de los deberes morales y polÃticos que cualquier ciudadano mÃnimamente ilustrado tenÃa en 2018, independientemente de si esos esfuerzos tenÃan o no alguna probabilidad de prosperar. En ocasiones, intentar lo imposible es una medida de nuestra altura moral.
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La conclusión obligada de este más o menos rápido panorama de algunos de los argumentos que esgrimen los blanquistas para defenderse de los reclamos provenientes de la izquierda es que ninguno de éstos es serio o realista. Algunos de ellos (el número 2) son simplemente ininteligibles. A mi parecer, en muchos casos la confección de estas defensas responde menos a una contemplación seria de la cosa polÃtica, y más a un cálculo de intereses partidistas o de clase. En lo que atañe especÃficamente a Fajardo, no me queda ni un atisbo de duda de que su decisión de irse a ver ballenas en 2018 estuvo motivada por el deseo de no pisar los callos de sus posibles electores de centro-derecha en 2022. Dudo que su cálculo sea fructÃfero, más ahora que se ha visto enredado, más tarde que temprano, en las muchas y graves irregularidades que rodearon el proyecto de Hidroituango, y que se ha granjeado la malquerencia generalizada de la izquierda colombiana. Pero esto es Colombia, y en Colombia, sabemos, no es nunca sabio descontar los escenarios más absurdos.
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